Consolidados los personajes, y centrado el enfoque de la serie en la primera temporada, la segunda vino a ampliar lo allí visto, mostrando en esta ocasión otro aspecto clave del mundo de las drogas: la distribución “al por mayor”.
Los muelles de Baltimore se hunden, ya apenas hay trabajo, y el día a día se convierte en una autentica pesadilla por conseguir algo de dinero para mantener a la familia; la única solución al declive, a la destrucción del modo de vida de decenas y decenas de familias, pasa por convencer a los políticos de que se debe reactivar la zona, que no se la puede dejar caer, pero para eso hace falta dinero, mucho dinero: para comprar voluntades, para cambiar votos, para garantizarse un futuro. Frank Sobotka, líder del sindicato de estibadores, no tiene dinero, no puede salvar su modo de vida ni el de su comunidad... sin embargo las drogas han de llegar por algún lado y el puerto parece una buena solución, Frank venderá su alma al diablo para salvar a su gente; y tendrá que vivir con ello como mejor pueda.
Si en la primer temporada se mostraba como funcionaba el mundo de la droga “a pie de calle”, esta segunda se centra (entre otras muchas cosas) en mostrarnos como llega la droga a las calles, quienes son por así decirlo los “mayoristas”, como trabajan y como meten su mercancía (que lo mismo puede ser drogas que mujeres obligadas a prostituirse) en la ciudad. La presencia del sindicato de estibadores, y el papel de Sobotka y su familia serán claves a lo largo de toda la temporada, primero como desencadenantes de la recreación del grupo de investigación de McNulty y compañía (y todo por una vidriera, las cosas más estúpidas terminan llevando a los acontecimientos más grandes) y después como protagonistas involuntarios de un juego de poder y mentiras de incalculables consecuencias.
El papel del sindicato sirve también para darnos a conocer la lucha del mismo simbolizada en Frank Sobotka, para evitar su desaparición, una muerte que parece inevitable pero que no va a llegar sin que Frank presente batalla. El sindicato, el propio Frank (una persona integra y decente a la que las circunstancias le obligan a actuar de una manera totalmente opuesta a lo que en realidad es) parecen vestigios de un pasado que se niega a desaparecer pero que tiene sus días contados, con demasiados enemigos como para salir triunfantes y con unos poderes públicos más pendientes de cortarles las alas como representantes de la fuerza de los trabajadores, que no en acabar con la llegada de las drogas a las calles.
Si ya el final de la primer temporada dejaba un final como mucho agridulce, el final de la segunda temporada es totalmente descorazonador, el poder apenas si es molestado, mientras que las pequeñas hormigas son aplastadas inmisericordiosamente, nada cambia, todo sigue igual, excepto para aquellos que intentaron hacer las cosas bien, la vida es dura chico, The Wire lo es aún más.
2 comentarios:
Es lo horrible de esta serie, lo estremecedoramente realista que es, tanto que te deja temporada tras temporada hundido en la miseria.
La segunda no fue mi temporada favorita, pero solo por el gran Sobotka ya merece la pena.
Si la verdad es que devastadora, te deja bastante tocado.
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